Dr. J. Abellán Alemán

Director de la Cátedra de Riesgo Cardiovascular. 

Universidad Católica de Murcia. UCAM

 

El consumo de sal en la dieta está muy relacionado con las cifras tensionales. Tradicionalmente se ha considerado uno de los principales factores ambientales relacionado con el desarrollo de hipertensión. Sin embargo no existe un acuerdo sobre el impacto real que el consumo de sal determina sobre la hipertensión. Se sabe que pueden existir dos tipos de comportamiento diferente del metabolismo de la sal.

 

Los primeros estudios epidemiológicos interpoblacionales mostraron una relación lineal entre consumo de sal e HTA. En poblaciones en donde se consumía mucha sal de promedio, se halló un mayor número de hipertensos entre ellos. Sin embargo, los estudios intrapoblacionales  encontraron una relación mucho más débil. Las observaciones anteriores descubrieron el concepto de sensibilidad a la sal, según el cual hay dos tipos de comportamiento entre los humanos  frente a la ingesta salina. Los individuos sal sensibles que responden aumentando la presión arterial y los sal resistentes a los que no les perjudica el exceso de consumo salino y constituyen el 40% de la población. Probablemente la sensibilidad o resistencia a la acción de la sal viene determinada genéticamente. 

 

A la vista de estos planteamientos cabe preguntarse ¿Qué impacto puede tener la restricción salina sobre la presión arterial? Partamos del hecho que hasta mediados del siglo pasado era la única medida terapéutica que había demostrado cierta eficacia entre los hipertensos muy avanzados con insuficiencia renal. Sin embargo cuando se aplica una restricción salina moderada con dietas que contienen 5-6 gr. de sal se obtienen unos resultados variables. Sí es cierto que la medida resulta más eficaz cuanto más elevada sea la presión arterial de partida, es decir cuando la hipertensión está más descontrolada. También se ha comprobado que la medida es más eficaz cuando se aplica a pacientes de más edad y además la observación debe prolongarse durante más de cinco semanas para comprobar el efecto ya que antes es difícil observarlo. Sin embargo, lo más llamativo resulta al comprobar la heterogeneidad de la respuesta como ya se ha comentado previamente. La ausencia de hipertensión en culturas donde la ingesta de sal es muy baja llevó a crear la teoría del umbral, es decir la existencia de un nivel crítico de restricción salina para conseguir una respuesta de reducción de la presión arterial, pero en la práctica resulta difícil establecer dicho umbral, podría situarse sobre los 5 gr. de consumo de sal al día, aunque probablemente sea diferente para cada individuo. Como resumen de lo comentado, podemos asegurar que restricciones importantes del contenido de sal de la dieta pueden reducir la presión arterial, pero con reducciones moderadas la situación es más compleja encontrando resultados más contradictorios.

 

A pesar de no disponer de evidencias científicas plenamente consistentes sobre los beneficios de la restricción salina como medida terapéutica válida para todos los hipertensos, esta recomendación se usa de forma universal como tratamiento no farmacológico de la hipertensión. Como en la practica clínica habitual resulta engorroso determinar quién es o no sensible a la sal, parece lógico unificar las actuaciones recomendado restricciones moderadas entre los hipertensos. Se estima que en nuestro medio solemos consumir unos 10-12 gr. de sal al día de promedio con la dieta que llevamos. La recomendación es bajar ese consumo a la mitad, es decir 5-6 gr. de sal al día. Es conocida la dificultad que entraña seguir correctamente una dieta hiposódica  sobre todo a largo plazo. El principal problema no es la insipidez de los alimentos ya que el paladar se acostumbra a ello y aumenta la percepción del sabor salado, sino el origen de la sal de los alimentos que consumimos. En nuestra dieta habitual casi el 70-80 % del contenido salino proviene de alimentos previamente procesados, la renuncia a ellos implica un cambio importante en el estilo de vida, que suele ocasionar problemas en las relaciones sociales, por lo que habitualmente se renuncia a mantener la dieta hiposódica. Por otra parte, tampoco debemos olvidar que un régimen con poca sal favorece la acción de determinados fármacos antihipertensivos, de hecho algunos de ellos como los bloqueantes del sistema renina angiotensina, que son los que más se utilizan, pierden hasta un 30% de su eficacia antihipertensiva cuando la dieta mantiene un alto contenido en sal.

 

Como conclusión de todo lo dicho se podría decir que en el momento actual parece prudente aconsejar a los hipertensos moderar su ingesta salina a 5-6 gr. al día, es decir la mitad de lo que habitualmente se consume, sobre todo si padecen hipertensiones graves y tienen edad avanzada. Esto se consigue evitando aquellos alimentos especialmente ricos en sal como los embutidos, conservas, salazones , aperitivos y precocinados antes que evitar el sazonado final de los alimentos en la cocina.

 

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