Dr. José Abellán Alemán

Director de la Cátedra de Riesgo cardiovascular

Universidad Católica de Murcia.

La evolución humana se ha basado en la supervivencia adaptándose a las circunstancias que  han rodeado a la especie. Durante miles de años los cambios adaptativos a la forma de alimentarse han influido en el desarrollo de su particular fenotipo, es decir, el conjunto de características generales que configuran la apariencia del hombre muy relacionada con la forma de proporcionarse el alimento. 

El hombre paleolítico cazador tenía una forma de vida adaptada para su actividad cinegética. Se proporcionaba alimento cuando cazaba y esto sucedía esporádicamente, por lo que se sucedían a veces largos periodos de ayuno. También el acceso al agua a veces en según qué medio era difícil, por lo que ahorrarla era importante aumentando las posibilidades de supervivencia. Su aspecto físico era el de un hombre robusto, con gran desarrollo de su musculatura que la necesitaba para correr, perseguir a sus presas, trepar a los árboles etc. En su evolución la naturaleza le fue dotando de lo necesario para adaptarse al medio. Progresivamente fue generando, favorecido por la acción de la testosterona, un mayor número de fibras musculares tipo II A en detrimento de las fibras rojas musculares  tipo I. Estos músculos con mayoría de fibras II A estaban más preparados para la contracción y por ello para una actividad de ejercicio. Sin embargo, el menor número de fibras rojas, que son activas metabólicamente desarrollaba implícitamente una resistencia a la acción de la insulina, hormona que se encarga e facilitar la entrada de glucosa a la célula, por falta de receptores musculares donde unirse. Así  el músculo del hombre paleolítico se blindaba a la acción de la insulina, por decirlo de un modo sencillo, por falta de lugares de acoplamiento de la insulina hacia sus receptores musculares por ello se generaba un estado de hiperinsulinemia. La insulina actuaba mejor sobre otros tejidos, hepático y adiposo en donde ejercía plenamente sus acciones metabólicas almacenando energía en forma de glucógeno hepático y grasa en el adipocito. Se había generado un sistema de ahorro de energía útil para subvenir en periodos de ayuno. Además la insulina retiene sodio en el túbulo renal lo que facilitaba la retención de agua tan necesaria en estos medios. Todo este sistema que se fue adquiriendo hizo que sobrevivieran mejor los que lo tenían más desarrollado y esta adquisición genómica se transmitió a sus descendientes. La mujer paleolítica si se dedicaba a la caza adquiría este modelo, pero si se dedicaba a actividades más sedentarias como cuidado de la prole, preparar la comida etc. por la acción de los estrógenos favorecía el acúmulo de grasa en el tejido celular subcutáneo.

Cuando el hombre primitivo se hizo agricultor, tenía más fácil proporcionarse el alimento de una forma más cotidiana y necesitaba hacer menos ejercicio por lo que ese sistema que adquirió y que en teoría le permitía ahorrar energía se transformó en un sistema que favorecía la obesidad. 

Actualmente el desarrollo ha anulado gran parte de los fenómenos que permitían que el sistema se mantuviera equilibrado ya que tenemos facilidad para comer sin necesidad de gastar energía para proporcionarnos el alimento y apenas hacemos ejercicio. Por ello todos llevamos dentro la amenaza del “genotipo ahorrador” y el sistema deriva fácilmente en obesidad y diabetes.

El análisis pormenorizado de la evolución de la dieta del hombre paleolítico hasta nuestros días revela una aumento en el consumo de grasas saturadas, hidratos de carbono refinados y sodio. Elementos de un alto contenido calórico. Sin embargo ha disminuido el consumo de hidratos de carbono complejos como almidón y de potasio, elementos  beneficiosos.

El hombre está preparado para el ejercicio y el ayuno así que la pereza y la gula atentan seriamente a nuestra salud. 

Artículos recientes

¿Qué deseas buscar?